29 marzo 2006

EL AMBAÍ Y SUS AMIGOS

En el ecosistema guaraní

Esta historia sucedió en los orígenes de los tiempos, cuando Ñamandú, el ser superior de los guaraníes, pobló de árboles la tierra que habitaría su pueblo, junto al curso de los ríos de Paraguay, Brasil y el nordeste argentino.
Así fue como los claros de los bosques cercanos al agua se cubrieron de valiosos árboles: de la mítica palmera pindó; del árbol de la palabra-alma: el cedro; de la rosácea imponencia del lapacho; del áureo resplandor del iryrá pytá; del reluciente vaivén de la tacuara ritual y, entre muchos otros, de un árbol muy buscado por la empalagosa dulzura de sus frutos: el ambaí.
Esta planta arbórea tiene su tronco recto y cilíndrico a dieciocho metros. Su corteza externa gris, casi lisa, tiene como unos anillos en los nudos. Todo su interior es hueco, dividido en innumerables celdillas. La copa del ambaí es muy abierta, con pocas ramas, gruesas y largas. Un largo pecíolo de felpuda corteza sostiene a la hoja palmilobulada, cuya áspera cara superior es verde oscura y la inferior suave y blanquecina. Las hojas, brotes y corteza del ambaí son medicinales para las vías respiratorias.
Los frutos del ambaí se abren a la luz de la luna y cuelgan en espigas, como dedos. Ellos son tan dulces y empalagosos que hacen la delicia de los niños guaraníes: los mitaí, de los monos aulladores o carayá, de los monitos tití, de los azules loritos tuí, de los pájaros, murciélagos, coatíes y demás animalitos del bosque que se alimentan entre sus ramas o al pie del árbol. Todos ellos ingieren el fruto y luego despiden las semillas, diseminando por todas partes la especie del ambaí.
Por todo esto el ambaí es uno de los árboles más queridos de la región guaraní. Sin embargo, hubo un tiempo en que la planta se puso tan triste que Ñamandú le preguntó:
- Ambaí, ¿qué te pasa que andás tan triste?
Y el ambaí le contestó:
- Ñamandú, hay unas hormigas arara-a que no sólo comen mi fruto, sino también cortan mis hojas y dificultan mi alimentación y respiración.
- Eso no es justo – dijo Ñamandú -. Voy a traerte otras hormigas para que te defiendan y te protejan. Pero tendrás que darles alimentación y alojamiento.
- ¡Sí, sí, voy a darles casa y alimentos! ¡Que vengan! ¡Gracias, Ñamandú!
Desde entonces, miles de hormigas coloradas, las aztecas, viven alojadas en el interior del tronco y de las ramas del ambaí, en pequeños compartimentos. Cada rama es como un barrio y todo el árbol parece una ciudad.
Así fueron organizando estas pequeñas hormigas, durante miles de años, su hábitat en el interior del ambaí. Hábitat que las belicosas hormigas defienden con bravura, convirtiéndose en guardianas del árbol. Ninguna hormiga cortadora sube al ambaí, porque es atacada de inmediato. Hasta algunos insectos depredadores son ahuyentados por el ácido olor que despiden las aztecas.
Por otra parte, las hormigas hallan el alimento promedio en unas excrecencias o especies de bolsitas comestibles que el ambaí prepara en la base del pecíolo de sus hojas.
Y aunque por vivir siempre en la oscuridad del tronco las hormigas fueron perdiendo la vista y sólo se guían por sus antenas, cuando deben emigrar por causa de crecientes o porque deben cambiar de residencia, siempre lo hacen a otro joven ambaí.
Este es un claro ejemplo de simbiosis, es decir, de interrelación, de convivencia entre dos seres de la naturaleza, un vegetal y un animal, entre el ambaí y la hormiga azteca. Un verdadero gesto de amistad y solidaridad en el ecosistema del mundo guaraní.
Y esta es la historia de solidaridad que sucedió hace mucho, muchísimo tiempo y aún sigue sucediendo, al menos entre las plantas y los animales.

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