29 marzo 2006

LA TARDE DE LOS VIERNES

Junto a la sombra del pindó

Nadie sabe por qué José Daniel aguarda con ansiedad la tarde de los viernes. No es por salir del internado, él se queda. Mientras todos sus compañeros de la agrotécnica se dirigen contentos hacia la ciudad, él se aleja presuroso y misteriosamente hacia la laguna. Regresa al anochecer, callado, silencioso, como ensimismado. No habla con nadie, él, tan charlatán. Tan sólo sonríe. Y luego de cenar, tirado sobre el pasto y mirando a la Cruz del Sur, comparte sus secretos con las estrellas.
Había ocurrido una tarde junto a la laguna. Con el torno desnudo y sudoroso, José Daniel derribaba un espinillo con el vigor de sus dieciséis años. Cada machetazo hinchaba sus jóvenes músculos. El arbolito cedió y cayó sobre el cardizal. El muchacho se pasó la mano por la frente y respiró. Aún le faltaba el pindó. Sin embargo, él no quería tumbarlo. Había algo que parecía impedirlo. ¿Cuántos años tendría ese viejo pero soberbio ejemplar? ¿Cuántas cosas habría visto esa extraña palmera nacida junto al agua? ¿Qué duende custodiaría a este árbol sagrado de los guaraníes? José Daniel se quitó la ropa y se acercó a la laguna. Fue entonces cuando la vio. Sentada junto al pindó, sus pies se perdían entre el verdor del agua.
Jugaba, hundía sus manos y arrojaba cadenciosamente el líquido. Era una adolescente muy hermosa. De una extraña y serena belleza. Sobre la tersura de su piel caía un tornasolado cabello castaño, mientras el mojado vestido que ceñía su cuerpo resaltaba la perfección de sus formas.
La joven levantó la cabeza y hundió su mirada en los ojos asombrados del muchacho. Ante el idílico cuadro, José Daniel apenas percibió el ardor de sus sentidos. Titubeó un instante al verse desnudo en la brevedad de su ropa, pero la serena expresión de la joven lo tranquilizó. Se acercó lentamente y se sentó a su lado. Ella lo recibió con naturalidad y comenzaron el juego: ambos hundían sus manos en el agua y se la arrojaban sonriendo. Una y otra vez. Y así pasaba el tiempo.
Nunca se dirigieron la palabra, mejor dicho, nunca José Daniel consiguió de ella una respuesta. Tan sólo una vez la joven escribió su nombre sobre la arcilla y arriba trazó un signo, un signo que pudo ser una flor, un pájaro, una estrella, pero no, sobre su nombre, Nidia, dibujó una cruz. Desde entonces, Nidia y José Daniel se encontraban todos los viernes junto al pindó de la laguna y compartían el ritual del agua, hasta el anochecer. Cuando asomaban las primeras estrellas, la tenue figura de la joven, que a veces parecía evanescerse entre el balanceo de los juncos o el vaivén de las aguas, tan frágil era, tan translúcida, desaparecía como una sombra en el juncal de la orilla. Más de una vez el muchacho se lanzó tras ella, pero no pudo alcanzarla. Seguramente viviría cerca, en alguno de los ranchos. Ya averiguaría. Mientras tanto, sus compañeros lo veían silencioso, ensimismado, soñador, en una palabra enamorado. Todos querían saber, pero él no soltaba prenda. Nadie descubriría su secreto.
Lo inesperado ocurrió durante el examen de redacción. Había que describir un árbol.
- Describirán un árbol de la zona cuya fotografía está en el sobre que les entregaré – dijo el profesor.
José Daniel tomó su sobre y lo abrió. Sonrió. Se sacaría un diez. Al árbol lo conocía de memoria. Era el pindó, con la inmensidad de su copa, el oro de su florescencia, el movimiento acariciante de sus palmas, la elegancia de su estípite, la laguna… José Daniel se sorprendió. Volvió a mirar. Eso no lo había visto nunca. Y levantando la voz preguntó:
- ¿Qué es esto junto al pindó?
- ¡Ah! – dijo el profesor-. Es una cruz. Hace muchos años, un viernes por la tarde, allí se ahogó la hija del mayordomo: Nidia.
José Daniel salió aplazado en la prueba. En realidad, su profesor nunca averiguó por qué el muchacho había entregado su hoja cruzada con la palabra “¡NO!”. Si lo hubiera hecho, quizá sabría por qué José Daniel aguarda con ansiedad la tarde de los viernes.

3 comentarios:

Emi dijo...

¡Profesor Godoy Cruz! Mi nombre es Emilia López Cristaldo, fui alumna suya en Comunicación Social y actualmente estoy cursando mis ultimas materias en la Universidad de Belgrano, la razón por la que le escribo es porque me interesaría entrevistarlo para un documental que estoy armando sobre el Gauchito Gil. Voy a estar por Resistencia y Corientes el viernes 5 de septiembre y la verdad que poder concretar una entrevista con usted sería fantástico. Mi mail es eimagenycomunicacion@gmail.com, desde ya muchas gracias.

circes dijo...

Aunque Florencio ya no estés, este cuento seguirá acercando a los más jóvenes al maravilloso mundo de las historias locales, cercanas, íntimas, y a la posibilidad de maravillarse ante aquello que no tiene explicación ...
Bren de Villa Angela, Chaco

circes dijo...

Lo escuché por primera vez en un encuentro de profesores en Letras, que se organizó en nuestra ciudad, cuando todavía era una estudiante de letras, nadie que te haya conocido va a olvidar tu pasión por la literatura de nuestra región