29 marzo 2006

TROPERO DEL IBERÁ
En la misteriosa laguna

Supe de él una tarde, a orillas de la misteriosa laguna, aquella cuyos brillantes espejos de agua y movedizos embalsados aparecen y desaparecen al vaivén del viento y a impulso de las corrientes, creando fantasmagóricos contornos e infinidad de leyendas.
Islas pobladas de exóticas aves y variedad de animales silvestres, codiciados por su cuero o su plumaje: oscuros yacarés de afiladísimos dientes, gruesas boas de hasta seis metros, garzas blancas, moras y rosadas; peces multicolores; nutrias, carpinchos y ciervos.
Y justificando su aislamiento y sus mitos legendarios: gauchos exiliados en los islotes, mariscadores de larga melena, cuatreros y fugitivos, más los fantásticos seres del folclore correntino. ¡La Iberá!
Allí supe, en aquel atardecer de 1980, aguardando el cruce hacia Colonia Pellegrini, su leyenda.
Luis Piedrabuena quedó huérfano cuando era un gurí, y para ayudar a su madre y a sus hermanos comenzó su aprendizaje de tropero. Salía con los viejos paisanos muy tempranito, cuando la luna y el Lucero aún brillaban sobre el cielo. Pasaba el día recorriendo el campo lindero a la laguna, guiando, arreando y evitando la estampida de los animales. Un rojo pañuelo y un prolongado sapucay anunciaban su presencia.
Llegaba cabalgando su recio alazán. Era un muchacho bien puesto, fornido. Sus vivaces ojos pardos parecían reflejar todos los misterios del monte y el secreto de los pajonales. Montaba en pata, a lo pynandí, aunque duras espuelas tintineaban en sus gruesos talones. Y cruzado en la cintura, su cuchillo.
Devoto de Antonio Gil, ese valiente gaucho correntino venerado por su pueblo, Luis no tenía miedo a nada: ni al ronco bramido del yaguareté que merodeaba por el monte, ni a la sombra sigilosa del Pora perdiéndose en la espesura, o al roce de la curiyú deslizándose sobre los embalsados de la laguna. Eso sí, respetaba la presencia del Pomberito que solía aparecer como lucecita en medio del arreo. Este ser que habita en la profundidad del monte, y a quien solía ofrecerle amistosamente tabaco, miel y guaripola.
Según la gente del lugar, Luis conducía las tropas de la Virgen de Itatí, aquellas que huyendo de los malones se extraviaran en la laguna y cuyos descendientes parecían ser estos animales.
Era un muchacho bueno y trabajador. Por eso lo apreciaban todos. Y lo siguen recordando, más aún, cuando en medio del monte, jinete y cabalgadura fueron alcanzados por un rayo.
Lo recuerdan como “El Tropero de la Virgen”, o “El Tropero Pynandí”. Pero son más los que le dicen “El Tropero Coembotá”, tropero del amanecer, sobre todo, cuando entre los relámpagos y las tormentas o la bruma de la madrugada, pasa la imagen resplandeciente del troperito, cabalgando sobre las agua del Iberá.

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