LA MARCHA
Cuento para artistas inocentes
Hace mucho, muchísimo tiempo que sucedió esta historia en un monte de espinillos y ñangapiríes, cuando los animales comenzaron a pasar hambre y no podían hacer nada porque ya no tenían qué comer, ni cómo jugar, ni cómo danzar, ni podían cantar. Y andaban muy tristes.
Entonces, los dueños del monte armaron una reunión para solucionar el problema. Juntaron a todos los animalitos del monte: a las mariposas que pintan las flores, a los boyeros tejedores de nidos, al ciervo danzarín del abra, a las tacas que iluminan la noche, a los zorzales de armonioso canto y a los colibríes de inocente vuelo. A todos los reunieron y los llevaron caminando y cantando hasta la laguna de agua fresca y mucha comida. Todos fueron alegres y contentos, mansamente. Pero la laguna estaba seca y los alimentos podridos. Entonces los organizadores subieron a un tronco a explicar el asunto. Subió primero el yaguareté, que tenía el poder, luego el aguará, que tenía la astucia, y después ñacurutú, que era la sabihonda. Y les felicitaron mucho a los animalitos porque eran entusiastas, sacrificados y trabajadores. Y sobre todo porque eran mansos, útiles y buenos. Y les pidieron que siguieran así, que ya alguna vez tendrían nuevamente agua y los alimentos. Y que siguieran cantando, danzando y alegrando la vida del monte.
-¡Cuenten con nosotros! –les dijeron-. ¡Nosotros los conduciremos!
Los animalitos, todos ellos mansos, todos ellos buenos, todos calladitos se fueron hasta sus casitas. Pero no llegaron todos, porque en una gran cueva, a la luz de miles de luciérnagas atadas, los organizadores estaban devorando trozos de boyeros, pedazos de ciervos, alas de picaflor y corazones de blancas palomas.
Hoy, nuevamente comenzó la marcha. Y nos vamos todos, mansos, útiles y buenos. Y yo voy con ellos.
Entonces, los dueños del monte armaron una reunión para solucionar el problema. Juntaron a todos los animalitos del monte: a las mariposas que pintan las flores, a los boyeros tejedores de nidos, al ciervo danzarín del abra, a las tacas que iluminan la noche, a los zorzales de armonioso canto y a los colibríes de inocente vuelo. A todos los reunieron y los llevaron caminando y cantando hasta la laguna de agua fresca y mucha comida. Todos fueron alegres y contentos, mansamente. Pero la laguna estaba seca y los alimentos podridos. Entonces los organizadores subieron a un tronco a explicar el asunto. Subió primero el yaguareté, que tenía el poder, luego el aguará, que tenía la astucia, y después ñacurutú, que era la sabihonda. Y les felicitaron mucho a los animalitos porque eran entusiastas, sacrificados y trabajadores. Y sobre todo porque eran mansos, útiles y buenos. Y les pidieron que siguieran así, que ya alguna vez tendrían nuevamente agua y los alimentos. Y que siguieran cantando, danzando y alegrando la vida del monte.
-¡Cuenten con nosotros! –les dijeron-. ¡Nosotros los conduciremos!
Los animalitos, todos ellos mansos, todos ellos buenos, todos calladitos se fueron hasta sus casitas. Pero no llegaron todos, porque en una gran cueva, a la luz de miles de luciérnagas atadas, los organizadores estaban devorando trozos de boyeros, pedazos de ciervos, alas de picaflor y corazones de blancas palomas.
Hoy, nuevamente comenzó la marcha. Y nos vamos todos, mansos, útiles y buenos. Y yo voy con ellos.
1 comentario:
me encanta el cuento porque me parece que en mi mente puedo recorrer los escenarios por conocer el lugar donde se desarrolla.
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